La mezzo checa fusiona en el Liceu las raíces de las dos disciplinas en un espectacular concierto junto al bailaor El Pipa y su grupo.
Sorprendente y original formato, y más viniendo de quien venía. La mezzo Magdalena Kozená (Brno, República Checa, 1973), esposa del gran director Simon Rattle y curtida en mil batallas operísticas y del mundo del recital, debutó el sábado en el Liceu con un espectáculo de fusión integrado por obras de autores del barroco español alternadas con piezas del flamenco interpretadas por el bailaor jerezano Antonio El Pipa y las cantaoras y guitarristas de su compañía. El quinteto de música antigua Private Musicke, dirigido por Pierre Pitzl, la acompañó en las canciones del programa 'Amor: entre el cielo y el infierno' y, en ocasiones, mezcló su música con los toques de las guitarras flamencas.
El escaso público que acudió a esta sugerente oferta del Gran Teatre acabó rellenando los huecos de las primeras filas, desde donde aclamó reiteradamente a los protagonistas de una cita que ha pasado, entre otras ciudades, por Budapest, París, Hamburgo, Lisboa o Praga, además de por el Teatro Real de Madrid. El canto sensible, elegante, lleno de intención dramática y con una buena dicción del castellano de Kozená, desplegado en obras de José Marín, Juan Hidalgo, Sebastián Duron, José Martínez de Arce, Jean-Baptiste Lully y anónimos, cautivó a la sala. Hubo pasajes especialmente sensuales propiciados por los envolventes movimientos de El Pipa alrededor de la artista, arropando con su baile algunas de las interpretaciones.
Melancolía y fogosidad
Por momentos se saltaba de la serenidad y melancolía celestiales del barroco español a la fogosidad del flamenco, pasando de una estética elegante y bellamente melodiosa a la del tablao, representado por el baile gitano más puro de El Pipa, el virtuosismo de los guitarristas, especialmente Juan José Alba, y el cante siempre equilibrado y pasional de Toñi Nogueredo y las hermanas Zarzana. Ocuparía tiempo debatir si el enlace entre géneros tiene algún sentido que vaya más allá de la construcción de un atractivo 'show', pero puede decirse que 'si non è vero, è ben trobato'.
Este experimento nació de unas clases de flamenco tomadas por la mezzo en Jerez de cara a su interpretación del rol de Carmen en Salzburgo. Fue tal el impacto recibido por la cantante en su inmersión en las raíces flamencas, que su curiosidad le llevó a descubrir que este género coincidió históricamente con la eclosión del barroco español durante el Siglo de Oro. Tirando del hilo surgió esta propuesta junto a El Pipa, llena de luz y color, resaltada por el vestuario, que ofreció momentos de fusión con el cante en piezas como 'Esperar, sentir, morir' y con el baile. Una propina con 'Ay, que me río de amor', con atrevidos pasos de danza y momentos de zapateado junto al coreógrafo, pusieron al público de pie.
César López Rosell, 15/10 2017, el Periódico